Las Fiestas de Santa Rosa
(Fiestas de barrio del San Germán de ayer)


Foto de la Calle Santa Rosa en 1965, pero debo aclarar que las fiestas realmente se
celebraban en la Calle Damas, paralela a ésta. Lamentablemente no tengo fotos de ella.

En el San Germán de la década de los cincuenta se celebraban unas fiestas en el Barrio Santa Rosa (cercano al barrio Santomas, donde yo residía), dedicadas a la Virgen de Santa Rosa de Lima. Eran unas fiestas de pueblo, aparte de las fiestas patronales, y muy diferentes a éstas. Para esa época era yo un adolescente y mi recuerdo es un poco vago, pero trataré de refrescar mi memoria para no dejar que esta estampa de nuestro querido pueblo se pierda en el olvido.

Las fiestas duraban tres días y se celebraban al final de la Calle Damas, entre la verdadera calle Santa Rosa (hoy desaparecida) y la Calle Luna. Según mi apreciación, uno de los principales organizadores o encargados de las fiestas era un señor trigueño de pelo blanco al que llamaban Berto Cagüesa (desconozco la forma correcta de deletrear su apellido). El principal auspiciador era Don Felipe Mora, de la Mueblería Mora, el comercio más afluente del barrio.

A eso de las tres de la tarde se reunían los muchachos pobres de los barrios Santa Rosa, Santomas, el Semillero y El Fanguito, para participar en los juegos populares. Casi todos los muchachos eran de las edades entre los 8 a 13 años, y andaban descalzos y sin camisa. Me parece ver a Berto aparecer con unos sacos de pita para dar comienzo a la primera competencia: la conocida carrera de sacos. Los mozalbetes se esforzaban como si se tratara de las Olimpiadas mundiales, para ganarse el premio que consistiría tal vez de dos o tres centavos. Nos reíamos cada vez que alguno se caía, y alentábamos a los que iban al frente. Los observadores éramos los vecinos del barrio, y los parroquianos de una barra que había en el lugar, los cuales de vez en cuando lanzaban algunas monedas al piso “a la garúa” para que los muchachitos trataran de cogerlas, luchando unos contra otros. De hecho, al lanzarlas gritaban “¡A los bombazos!”, queriendo esto decir que esperaban que los mozalbetes se dieran de puños en las espaldas para lograr el dominio y obtener las monedas, que casi nunca eran mayores de “chavitos prietos”. En verdad pienso que si se tratara de los tiempos actuales lloverían las demandas de abuso a los niños contra Berto, la Mueblería Mora, la iglesia Católica y todo adulto que estuviera por allí.

Otro de los “eventos” o juegos, era la piñata. ¡Ah, pero ésta no era una piñata bonita como las que vemos ahora en las fiestas de cumpleaños de nuestros niños! La piñata consistía de una higüera grande y seca, que en su interior estaba llena de anilina negra, borras de café y algunas monedas. Le colocaban una venda en los ojos a un muchacho y le daban un palo para que rompiera la piñata que colgaba de una soga, la cual Berto podía controlar y levantaba a gusto para que el muchacho no pudiera darle hasta que el momento fuera propicio. Y el momento era propicio solamente cuando había la mayor cantidad de muchachos debajo de la piñata, esperando por la caída de las monedas. En ese momento Berto la bajaba para que pudiera ser rota y roseara de anilina negra a todos los que estaban debajo. Los muchachos se lanzaban como salvajes tratando de coger el mayor número de monedas posible.

Una vez terminado el evento de la piñata, los parroquianos lanzaban más monedas “a la garúa” en el charco de anilina que quedaba y se gozaban viendo a los muchachos revolcándose por el piso tratando de coger los centavitos. Algunos mezclaban arandelas sin valor entre las monedas que lanzaban para confundir a los muchachos. ¡A la verdad que pensando retrospectivamente, estas eran unas fiestas casi bárbaras y sádicas! Sin embargo, creo que todos las disfrutaban, tanto observadores como participantes. Y a pesar de todos los “bombazos” en las espaldas, no recuerdo nunca haber visto una pelea entre los mozalbetes. Era parte del juego.

Otro evento era la carrera del huevo. Todos los asistentes se colocaban a lo largo de la calle y los muchachos salían corriendo entre las dos filas de observadores, cada uno sosteniendo un huevo en una cuchara. Pero no era tan fácil, pues de vez en cuando alguno de los observadores los empujaba, haciéndole perder su huevo y su oportunidad de ganar la carrera. El primero en llegar a la meta, que distaba no más de 100 metros, se ganaba algunas monedas y el aplauso de la concurrencia.

Pero el evento más pintoresco era el de las monedas en la galleta enmantequillada y las monedas en el sartén. Berto traía una galleta de manteca gigantesca, vieja y dura, en la que le había incrustado unas cuantas monedas, y había cubierto totalmente de mantequilla barata o de la PRERA (que el gobierno daba a los indigentes). La galleta era colgada de la misma soga donde se colgó anteriormente la piñata, y los mozalbetes tomaban turnos tratando de arrancar las monedas con las manos a sus espaldas, usando solamente sus dientes. Berto se encargaba de mover la galleta hacia arriba y abajo, de manera que se dificultaba el arrancar las monedas y se les embarraba la cara de mantequilla a los muchachos, provocando la risa de los asistentes. La galleta se desboronaba y los muchachos luchaban por los pedazos para extraer las monedas. El sartén era muy similar, pero en esa ocasión las monedas eran de mayor denominación (tal vez uno o dos níqueles, un par de vellones de diez y quizá una peseta). El sartén estaba forrado en brea y las monedas incrustadas en ella. El proceso era similar al de la galleta, pero más difícil ya que el sartén no se rompía como la galleta, y al moverlo le daba en la cara a los muchachos. Sus dientes estaban negros, llenos de brea. Pero nada de eso los hacía desistir en su empeño hasta que sacaban la última moneda, a veces haciendo su trampita y utilizando las manos, lo cual Berto trataba de impedir.

Finalmente se celebraba el “palo encebao”, donde participaban ya los muchachos más mayores del barrio. Recuerdo una vez en que entre los premios al tope del palo había: un par de dólares, una caneca de ron, un salchichón, una lata de chocolate “Gudo” y alguna otra cosa que hoy escapa a mi memoria. Me parece que esos premios eran donados por Don Jorge Ortiz, dueño del colmado Ortiz, frente a donde se colocaba el palo encebao, más cercano al barrio Santomas y El Fanguito que a Santa Rosa. Para lograr subir al palo se hacía una escalera humana, todos ellos abrazados al palo. El participante más ágil subía por las espaldas de los de abajo, llevando un saco viejo con el que trataba de quitarle la grasa a la parte alta del palo para lograr alcanzar los premios. Nos reíamos cuando un títere al que apodaban “Cholías” le tiraba besos al salchichón a medida que se acercaba a alcanzarlo, ya que era su premio favorito. A veces utilizaban a un niño de los más avispados y ágiles para que subiera el último tramo, ya que el peso de los demás hacía que se desmoronara la torre humana. Los que observábamos el evento alentábamos con vítores a los que intentaban la hazaña. El ambiente era de fiesta y algarabía, y no se pensaba en el peligro que este evento representaba. Obviamente, el evento concluía cuando – después de innumerables intentos – lograban llegar a la cima del palo y obtener los premios.

Además de los juegos populares, en uno de los días se celebraba una procesión donde se paseaba por el barrio la imagen de la Virgen de Santa Rosa de Lima. Asistían los residentes de los barrios aledaños en solemne procesión detrás de la virgen. Recuerdo que toqué el clarinete varias veces en esa procesión, junto a mi tío Enrique “Chilín” y sus hijos. Creo que nos pagaban $2.00 o $3.00 a cada uno de los cinco o seis músicos.

Por las noches se celebraban retretas donde tocaban tríos locales y se celebraba concurso de aficionados y de trovadores. Eddie Palmer, también conocido como Eddie Gandinga, (residente del barrio) era a veces el maestro de ceremonias y también deleitaba a los asistentes con algunos de sus poemas originales. Me parece recordar que entre los participantes no aficionados figuraron Luz Selenia Tirado y Odilio González.

La Corporación de Renovación Urbana y Vivienda (la CRUV) declaró como arrabal al barrio Santa Rosa, y la mayoría de los residentes fueron reubicados en el Residencial El Recreo y la Urb. La Monserrate. Al desaparecer el barrio Santa Rosa, desaparecieron también las fiestas, pero no así su recuerdo entre los que las disfrutamos y participamos de ellas. Mi danza ganadora del primer premio del ICP en 1982 lleva por título “Fiestas de Santa Rosa” en recordación de los eventos que aquí he narrado. Un CD con ésta y otras danzas (Fiestas de la Calle San Sebastián también entre ellas) acaba de ser lanzado al mercado interpretado por el renombrado cuatrista puertorriqueño Neftalí Ortiz. Más información AQUÍ

Luciano Quiñones – 12 de Noviembre de 2008

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